Parecía un día calmado, uno de
esos en los que sales a la calle y recibes al sol con una sonrisa, percibes el
calor pero al mismo tiempo la brisa que hace que su fuerza sea más tenue. Max
se dirigió al banco que tantas veces había estudiado en las noches anteriores
con una bolsa grande en la mano y repasando todos los pasos que tendría que dar
para llevarse el mayor botín de la historia.
A tan sólo tres manzanas de su
nuevo apartamento en NY se encontraba aquel banco tan lleno de gente en hora
punta y tan vació en las primeras horas del día. Entró como un cliente más, a
la derecha estaba el guardia de seguridad al que saludó con un ligero movimiento
de cabeza, sintió que de repente se le paralizaban todos los músculos, su
corazón iba a cien por hora y hasta el mismo lo escuchaba palpitar debajo de su
chaleco antibalas.
Se acercó al mostrador y Lisa, la
chica de la cabina le saludó con una amplia sonrisa.
-Buenos días ¿en qué puedo
ayudarle?
Como tantas veces había planeado
puso encima del mostrador su mochila, metió la mano en ella y dijo: ahora
pausadamente vas a darme todo el dinero que tenéis en la caja, no intentes
nada, llevo una pistola en la bolsa, un solo movimiento y podrás despedirte de
tu marido y el hijo que estás esperando. Te tengo vigilada Lisa, se dónde
vives, quienes son tus amigas, a dónde vas a cenar todos los domingos, un solo paso
en falso y tu vida se volverá una pesadilla.
Ella a riesgo de perder todo lo
que ha amado, hizo todo lo que pudo para no parecer nerviosa, se levantó muy
despacio de su asiento, se alisó la falda del vestido ancho que llevaba a causa
de su séptimo mes de gestación. Se fue a la caja fuerte, aquella puerta
blindaba que se hacía más pesada a causa del sudor de sus manos, cogió cinco
paquetes de 50 mil dólares, en billetes de 50 con la cara de Ulysses S. Grant al dorso, con las dos manos. Por dentro sólo
pensaba que eso fuese suficiente para el ladrón, Max la sonrió y le pidió con
mucha calma que se diera un segundo viajecito:
-¿crees que me voy a conformar
con esto? Ya estás tardando en traer los paquetes de 100 mil con Benjamin
Franklin.
Ella cada sentía que con la
presión se le iba la cabeza y por poco se desmaya al tropezarse cuando entraba
en la sala blindada del banco, sacó todo lo que pudo y se lo puso en la bolsa.
Esta vez Max parecía satisfecho, según iba caminando por el hall para llegar a
la puerta, el guardia de seguridad sacó la pistola.
-¡Como de un paso más disparo!
Max rodó por el suelo de una
voltereta, estaba justo en la puerta cuando Lisa pulsó el botón del pánico y el
guardia disparó.
Su corazón iba a salirse de su
sitio y él se despertó súbitamente con la cara y el cuerpo empapados en sudor,
no podía ser, de nuevo había tenido ese sueño horrible que había estado
intentando quitarse de la cabeza una y otra vez y en el que sólo conseguía ser
atrapado una y otra vez. Se levantó despacio, era una mañana de mucho calor
húmedo en NY, encendió la radio para escuchar un poco de música, se fue a la
cocina, abrió la nevera para que le diese el fresquito en el cuerpo y bebió la
leche de morro.
El apartamento era pequeño así
que sólo con un par de pasos se encontró en el cuarto de baño, sólo pensaba en
darse una ducha, cuando apartó las cortinas y descubrió que estaba llena de
billetes, pegó un salto hacia atrás y se golpeó la espalda con la pared hasta
tal punto de quedarse sin aire, se acordó entonces que aquél dolor que tenía en
el pecho no se debía únicamente a la palpitación rápida de su corazón sino al
moratón que le produjo el disparo del guardia de seguridad. Su mente se llenó
de dudas, alegría, furia, adrenalina y desesperación.